Noche de los lápices

Constituye
un hito de la memoria social por el valor que tiene para reflexionar acerca de
la construcción de esa memoria y sus transformaciones en función de los cambios
del presente.
A mediados de
septiembre de 1976 en la ciudad de La Plata un grupo de estudiantes secundarios
fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Entre ellos estaban: Francisco López
Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel
Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo
Calotti y Emilce Moler.
La mayoría de los
jóvenes tenían militancia política. Muchos habían participado, durante la
primavera de 1975, en las movilizaciones que reclamaban el BES (Boleto
Estudiantil Secundario), un beneficio conseguido durante aquel gobierno
democrático y que el gobierno militar de la provincia fue quitando de a poco
–subiendo paulatinamente el precio del boleto- a partir del golpe del 24 de
marzo de 1976. Por otro lado, buena parte de los estudiantes integraba la UES
(Unión de Estudiantes Secundarios) y la Juventud Guevarista, entre otras
organizaciones.
En
su libro Los trabajos de la memoria, Elizabeth Jelin explica que la
memoria, en tanto herramienta para procesar el trauma social, tiene tres
características centrales: es un proceso subjetivo que está
anclado en experiencias y marcas simbólicas y materiales; es un objeto
de disputa, existen luchas por la memoria y por eso se habla de memorias en
plural y no en singular; es un objeto que debe ser historizado porque
el sentido del pasado va cambiando con la aparición de nuevos testimonios,
nuevas pruebas judiciales y con las transformaciones políticas y sociales.
La
memoria sobre La Noche de los Lápices es un ejemplo
paradigmático en este sentido porque fue cambiando a la par de las
transformaciones de la memoria social. En primer lugar, el episodio fue
conocido porque alcanzó resonancia pública durante el Juicio a las Juntas
Militares, en el año 1985, cuando Pablo Díaz, uno de los jóvenes sobrevivientes,
narró su historia ante la justicia. Un año después de ese testimonio, la
historia de “los chicos” de La Noche de los Lápices logró
amplificarse a través del libro escrito por los periodistas Héctor Ruiz Núñez y
María Seoane, y la película, basada en éste, dirigida por Héctor Olivera.
El libro tuvo más
de diez ediciones y la película sigue siendo, aún hoy, una de las más vistas en
las escuelas a la hora de recordar lo sucedido. Es decir, que ambos objetos
culturales tuvieron una enorme eficacia para transmitir este hecho. Sin
embargo, ambas representaciones, por la época en las que fueron realizadas,
evitan mencionar un dato central de la historia: la pertenencia política de la
mayoría de los jóvenes secuestrados. La narración del libro y la película describe
a los jóvenes como “apolìticos” y, en ese sentido, impide conocer una parte
fundamental de la historia argentina reciente.
A
su vez, en aquellos primeros años de la democracia, La noche de los
lápices funcionó como una bandera para los centros de estudiantes que
volvieron a abrirse o se conformaron por aquel entonces. El episodio estaba
protagonizado por jóvenes estudiantes, lo que provocaba –y provoca- una fuerte
identificación y el peso del relato estaba en la lucha estudiantil por el
boleto de 1975, una causa que puede convocar adhesiones aún hoy en día. Fue con
el paso del tiempo y las profundizaciones en la historia argentina reciente que
la figura de los jóvenes secuestrados adquirió características más complejas.
Es decir: su lucha como estudiantes pudo ser inscripta en la historia mayor de
las importantes movilizaciones sociales de la década del setenta. Esto no
relativiza el peso del aniversario, sino que, por el contrario, muestra el
carácter vital que la memoria tiene, cuando las sucesivas generaciones se
apropian de un hecho del pasado desde sus preocupaciones del presente.
La fecha de La noche de los lápices permite
condenar al terrorismo de Estado. Es, a su vez, una invitación a recordar la
vida de aquellos jóvenes que lucharon y participaron para construir un futuro
mejor. Y puede, por último, constituirse en una ocasión propicia para acompañar
el homenaje con un ejercicio reflexivo en torno a la construcción social de la
memoria. Para este ejercicio ofrecemos una selección de testimonios de dos de
los sobrevivientes que narran, cada uno desde su experiencia subjetiva, lo
sucedido en aquel entonces. La lectura de estos relatos ayuda a visualizar que
la memoria, en tanto objeto de disputa, reclama nuestra activa participación
para arribar al piso de verdad y justicia que anhelamos.
Muy buena info!!! :)
ResponderEliminarSiempre hay que recordarlos; porque este hecho marcó un antes y un después en la historia Argentina!!!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Eli, siempre hay que recordar.
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